Lección 13. Eres un mayordomo de Dios

Versículo para memorizar: 1 Corintios 4:2

Al comenzar esta serie de lecciones dijimos que nuestro propósito era ayudarte a crecer “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18). Con este fin, hemos estudiado la seguridad de tu salvación y el hecho de que ahora Cristo vive en ti. Consideramos cómo vencer la tentación y cómo volver a la comunión con Dios cuando, por desgracia, llegas a pecar. Discutimos las disciplinas que debes practicar para crecer en tu experiencia cristiana. Consideramos la necesidad de integrarte en una iglesia neotestamentaria, cómo funciona tu iglesia y las ordenanzas que el Señor dejó establecidas para la misma. También explicamos la relación que guarda tu don espiritual con el servicio que Dios espera de ti. Ahora damos fin a la serie con un tema que comprende la esencia de todos los demás: tu responsabilidad como mayordomo de Dios.
El concepto de mayordomía se encuentra por primera vez en Génesis 2:15. Allí leemos que “tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase”.
Este pasaje bíblico señala que Dios puso la creación en las manos del hombre para administrarla y trabajarla. No le transfirió el derecho de propiedad, sino que lo puso como administrador o “mayordomo”. Dios sigue siendo el propietario absoluto y final.
Ser mayordomo significa que sólo administramos las cosas para Dios y que esa administración debe ser para el mayor bien de la humanidad. El usar las propiedades para exclusivo beneficio personal y acumularlas con ese fin no va de acuerdo con el plan de Dios. Dios no está en contra de la riqueza personal, pero sí de la riqueza egoísta y explotadora.
Cada hijo de Dios se convierte en su administrador, su mayordomo. Por lo tanto, como creyente tú eres mayordomo de Dios. ¿Cuál es, entonces, tu responsabilidad? El apóstol Pablo te la define en 1 Corintios 4:2, que es el versículo que aprenderás de memoria: “Ahora bien, se requiere de los administradores, que cada uno sea hallado fiel”.                
¿Qué quiere decir esto?
Significa que todo lo que eres y todo lo que tienes pertenece al Señor y debe ser administrado de acuerdo con su voluntad. No puedes fraccionar tu vida en “secciones sagradas” y “secciones seculares”. Toda la vida es sagrada. Si dedicas parte de tu tiempo a servir a Dios, esto no quiere decir que quedas en libertad después para hacer lo que quieras con el tiempo que te resta. Si contribuyes con parte de tu dinero para la obra de Dios, no tienes el derecho de gastar después todo lo demás sin tomar en cuenta la voluntad del Señor.
Como símbolo y recuerdo de que tu vida entera le pertenece, Dios te pide que le dediques un día de cada siete, y diez céntimos de cada cien (Éxodo 20:8-11; Malaquías 3:10). Cuando consagras el Día de reposo a la adoración a Dios, y cuando entregas el diezmo a la obra de Dios estás dando un testimonio doble. Por un lado, das testimonio de gratitud por bendiciones pasadas. Estás diciendo, como el sabio Salomón: “Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu mano te damos” (1º  Cro. 29:14b). Por otro lado, das testimonio de tu fe en los futuros cuidados del Señor. Te basas en la promesa de Jesús: “Más buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
En su sabiduría, Dios estableció un sistema justo y equitativo para que sus hijos le adoren mediante sus bienes. El hecho de que tú tengas riquezas o no, o que ganes mucho o poco, no influye en tu responsabilidad en cuanto a ser un buen mayordomo. Dios te ha dado bienes (muchos o pocos) y sobre ellos eres responsable ante él.
El motivo que debe inspirarte a cumplir tu obligación de dar no debe ser el temor. El diezmo es un canal para la bendición de Dios. El Señor Jesús afirmó que es más feliz el que da que el que recibe (Hechos 20:35). El que diezma y ofrenda para la obra de Dios se transforma en su socio para sus propósitos redentores. Al dar estás participando del ministerio en todo sentido y en todo lugar.
Cuando tú comprendes qué significa ser mayordomo, te das cuenta de que tu responsabilidad ante el Señor abarca mucho más que tu dinero. En realidad abarca todo: tu personalidad, tus talentos y dones, tus bienes, tu tiempo, tu familia, etc. Es decir, Dios espera de ti una mayordomía total. Dios ha entregado muchas riquezas en tus manos y él quiere que seas un buen administrador de todas.
Nuestro deseo al despedirnos es que un día oigas a tu Salvador diciéndote: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu Señor” (Mateo 25:23).

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