El propósito de la gracia de Dios: La elección

Hay temas que han resultado verdaderamente polémicos en la historia del pensamiento cristiano.
Uno de ellos es el de la elección o predestinación. Otro es el tema derivado de la seguridad de la salvación. El artículo que nos ocupa bajo el encabezamiento de “El propósito de la gracia de Dios”. Reconocemos, como fieles bautistas, que es difícil estar de acuerdo con cada detalle de esta doctrina. Pero aquello en lo cual acordamos es sustancial, y vale para hacer algunas afirmaciones acerca del tema.
Hemos de reflexionar sobre los aspectos bíblicos involucrados en la elección y en la seguridad de la salvación. Luego intentaremos bosquejar algunas ideas para aplicar estos conceptos a la vida de cada día.

La elección: Manifestación del propósito salvador de Dios

Hablar de la elección es llegar a unos de los temas más antiguos de la Biblia. El propósito de Dios para la humanidad caída en el pecado se vislumbra desde las primeras páginas de Génesis. La “puesta en marcha” de ese propósito se dio en ocasión del llamado de Abraham (Gn. 12:1-3). Por si intermedio, Dios formó un pueblo que se pertenecía, y con el cual entró en un pacto. A través de ese pueblo, Dios quería llevar adelante su plan de salvación y bendición para las naciones.
La historia de Israel demostró que el pueblo no fue fiel al pacto. Por eso, por medio del profeta Jeremías, anunció un “nuevo pacto” (Jer. 31:31.34). Luego ese pacto renovado se cumplió en Jesucristo. Es por su intermedio que los hombres pueden participar del propósito salvador de Dios.
Hay dos verdades fundamentales que los bautistas afirman en cuanto a este propósito de la gracia salvadora de Dios.
La elección manifiesta la bondad y soberanía de Dios. “La elección es el propósito misericordioso de Dios, según el cual él regenera, santifica y glorifica a los pecadores… Es una manifestación gloriosa de la soberana bondad de Dios…” La clara enseñanza de la Biblia es que la salvación opera por su voluntad y designio de Dios. Como lo han expresado muchos, cuando alguien busca a Dios se da cuenta que Dios lo estaba buscando primero. Nadie merece la salvación, es otorgada por el amor de Dios. Por ello excluimos la jactancia y promovemos la humildad.
Las palabras de Jesús lo expresan con elocuente sencillez: “Por eso os he dicho que ninguno puede venir a mí, si no le fuere dado al Padre” (Jn. 6:65). En una expresión que más directamente usa el vocabulario de este capítulo, Jesús afirmó: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros…” (Jn. 15.16). Con claridad, Jesús enseñó que la salvación opera por la voluntad del Señor. El camino es Dios hacia el hombre y no el hombre hacia Dios. El plan de Dios operó en la encarnación de Jesucristo y en su oferta de amor hacia todos los hombres.
Más adelante en la revelación bíblica, el apóstol Pablo alaboró teológicamente estos mismos conceptos. Escribiendo a los romanos, afirmó: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conforme a la imagen de su Hijo… y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó” (Ro. 8:29-30). La secuencia de acontecimientos presentada por el Apóstol muestra a un Dios soberano que cumple lo que se propone. Sus planes fueron y son perfectos. Su propósito soberano de la salvación se llevó a cabo en Cristo. Por su intermedio, el plan obra para salvación de la humanidad caída.
Hasta aquí la breve declaración del propósito de la gracia de Dios. Pero ¿Qué pasa con el hombre? ¿Cuál es su parte en esta elección soberana de Dios?
La elección es consecuente con el libre albedrio del hombre. Así lo afirman los bautistas. El propósito de la gracia divina no opera automáticamente. Los hombres deben decidir aceptar o rechazar lo que Dios ofrece. Dios respeta al hombre porque lo creó con la capacidad de decidir. Los bautistas creemos que una comprensión correcta de las escrituras nos lleva a esta convicción. El propósito de la elección divina es una parte de la verdad. Pero Dios no salva a la gente sin la intervención de los discípulos de Cristo anunciando el mensaje. El ordenó que “…se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones…” (Lc. 24:44-48).
Ante la predicación del evangelio, cada persona tiene que tomar una decisión libre y responsable. El que cree tiene vida eterna (Jn. 3:16). El que rechaza a Cristo, es condenado (Jn. 3:18). Aquellos que quieren escudarse en que Dios elige y él salvará de todas formas a quienes quiera, están totalmente equivocados. La comprensión correcta de las escrituras indica que Dios usa a los hombres para transmitir el mensaje. La Biblia enseña también que es decisión libre de los hombres en aceptar o rechazar al hijo de Dios, Jesucristo.
La siguiente secuencia de versículos bíblicos fundamenta estas afirmaciones:
“Más a todos los que le recibieron a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:12).
“…El que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna…” (Jn. 5:24).
“Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin saber quién les predique? ¿Y cómo predicarán si no fuesen enviados?” (Ro. 10:13-15).
Afirmamos, por tanto, que el propósito de Dios para la salvación se manifiesta en la elección soberana y bondadosa de Dios. Afirmamos, también, que esto está de acuerdo con el libre albedrío del hombre. La pregunta, ahora, se vuelve hacia otro asunto. ¿Es posible perder la salvación? La doctrina constante de los bautistas dice que no.